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  EL HOMBRE Y LOS PROBLEMAS MATRIMONIALES
 

EL HOMBRE Y LOS PROBLEMAS MATRIMONIALES

 Los hombres se muestran mucho más rea­cios que las mujeres a pedir ayuda para salvar un matri­monio en peligro. En siete de cada ocho casos, es la esposa quien pide ayuda o propone hacerlo. El ego masculino se ve, por lo general, amenazado si se tienen que airear problemas domésticos ante un asesor matri­monial o un psiquiatra. En cientos de casos, sólo puedo recordar dos en que el marido fuera el primero en bus­car ayuda. En uno de estos casos la esposa ya estaba determinada a concluir el matrimonio. El otro caso consistía en un hombre pasivo casado con una mujer muy dominante. Cuando por fin conseguimos que ella acudiera para hablar, su comportamiento fue hostil y entorpecedor. En todos los demás casos, a lo largo de cuarenta años, la esposa fue la primera en pedir ayuda.

El hombre llevará su coche al mecánico, se pondrá en manos del dentista, llamará a un técnico competente para que le arregle la televisión, pero cuando su esposa le propone que consulten a un asesor sobre problemas matrimoniales, la respuesta típica es:

— ¡No! Ya somos mayores. Esto lo arreglaremos nosotros. ¿Qué nos puede decir uno de esos sabios que nosotros no sepamos ya?

La personalidad humana es, por lo menos, cien veces más compleja que un aparato de televisión, y la relación matrimonial es la más compleja de todas las relaciones. La negativa del marido de buscar ayuda profesional para el matrimonio es una respuesta total­mente irrealista y dominada por el miedo. En esto, como en muchas otras cosas, la mujer es más realista.

Los hombres tienden a "buscar soluciones" en to­do, excepto en lo que se refiere al matrimonio. Cuando una esposa está emocionalmente turbada, el marido busca automáticamente una solución. Al esforzarse por detener sus lágrimas, puede llegar a decir cosas tan inadecuadas e inaceptables como: “No te lo tomes así cariño. No hay para tanto.” Esto, claro está, significa un rechazamiento de sus sentimientos y de su persona.

A veces el marido intenta detener el llanto de su mujer porque le pone nervioso o le turba. Nadie le ha dicho, por descontado, cómo debe tratar esta situación, y casi todas sus respuestas automáticas están destinadas a ser erróneas. Si pudiera aprender a comprender sus sentimientos, adelantaría un gran trecho en la resolu­ción de su problema. Una buena manera de dar importancia a las emociones de la mujer sería, por ejemplo, preguntarle: “Cuéntamelo todo, querida. ¿Qué te ha pasado?”

Luego, después de oír su relato (tanto si ella llora como si está lívida de enojo), el marido puede expresar aun más su aprecio por sus sentimientos diciendo algo así: “Sí, creo que si yo estuviera en tus circunstancias, sentiría lo mismo.” En ese momento ella no quiere soluciones, sino comprensión y apoyo emocional.

Tomado de Psicología del Matrimonio de Cecil G. Osborne

 

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